El sábado nos contaban en un curso de matemáticas que la gente que hacía el curso podía ser de tres tipos: los que han tenido siempre problemas con las mates, los que son unos apasionados y los neutros (estos últimos parece ser que son los menos). Yo pertenezco a los de la primera categoría y siempre lo he llevado como una espinita. Era aquello de: "es que a mi se me dan fatal las mates"; "es que yo no sirvo...". En fin, recuerdo perfectamente lloreras delante de las páginas de los problemas de los cuadernillos Rubio, porque ya sólo con empezar a leer el enunciado, decía que no era capaz de hacerlos. ¡Qué inseguridad, qué miedo y qué bloqueo! Me imagino que esto le seguirá pasando a algunos niños de hoy día... Pero hay medios para evitarlo y sólo que hay que acercarse a ellos.
He aprendido muchísimas cosas en seis horas de curso pero lo más significativo para mi ha sido:
- Valorar el error como el camino hacia el aprendizaje.
- Posibilitar la autocorrección, como método de investigación y como vía para facilitar la seguridad y la confianza en uno mismo.
- Considerar el proceso de maduración de cada uno y evitar adentrarse en terrenos para los que no se está preparado (no forzar los aprendizajes).
- Plantear los problemas conectados con la vida y como un escaparate donde encontrar diferentes resultados posibles.
Cuando mi peque mayor era chiquitina, y teniendo en cuenta mi pavor hacia las mates, me puse como una loca a investigar y eso me llevó al material manipulativo: Montessori, las regletas... Me puse "como una loca" a comprar algunos materiales que después no he sabido muy bien qué hacer con ellos, cómo usarlos... El curso me ha venido fenomenal para caer en la cuenta de errores, para ser paciente y para ponernos en marcha con algunas cosas que sí que podían ser interesantes. B. ha disfrutado, durante esta tarde, de un par de estupendos momentos con el tangram (en la imagen superior).